En las últimas horas, el gobierno provincial ha decidido derogar la Ley recientemente aprobada, para crear un polo productivo arrocero en las islas del delta norte, bajo la administración de una Sociedad Anónima, donde el Estado Entrerriano tuviera la parte controlante y respondiera por la guarda de las condiciones ambientales. Esta decisión fue motivada, según lo expresa la norma derogatoria, por la innumerable y potente repercusión negativa que trajo la, así llamada, Ley de Tierras.
Tal como el mismo Estado interviene en el frigorífico Vizental – Swift, Cotapa, la procesadora de jugos cítricos del norte entrerriano y en la promoción de las alternativas productivas de diversa índole, los que leímos productivamente el proyecto de Ley, encontramos intenciones similares y una sana aspiración de darle a esas tierras improductivas, un sesgo posible de producción sustentable y, al mismo tiempo, que los productores –primer eslabón de la cadena productiva- tengan el menor costo y el mayor beneficio posible, idealismo que, de este modo, parece posible.
El así llamado “ambientalismo” fue, otra vez, protagonista.
Desde ese lugar impreciso, se levantan voces, generalmente ensordecedoras por el calibre de palabras que disparan, que; al mismo tiempo; carecen de explicaciones sensibles que no sea el genérico “cuidado del ambiente” como argumento central de un discurso sin ciencia, sin política, sin alternativa.
Parece, para algunos, al menos, que morir de hambre sea mejor que morirse de cualquier otra manera, no importa cuál.
También parece ignorarse o adormilarse los daños concretos que se hacen al medio ambiente en situaciones similares pero sin control ambiental, ciudadano o estatal, pero desde el sector privado. Más aún, desde los sectores de la empresa periodística –hablando del caso correntino- que gasta más en tinta en acusar a otros (Famatina entre ellos) que en abogados para defender la causa de la que está acusado.
La nueva postura ambientalista podría traducirse: “dejemos de trabajar, de producir, de alimentarnos, porque afectamos al ambiente”.
No queremos antenas, pero no nos dejen sin celulares. No nos dejen sin arroz, pero no tengamos arroceras. Que no nos falte el papel, pero no tengamos papeleras.
El extremismo desde el que se habla y la debilidad de los argumentos sociales que se ponen en juego en esta discusión sin discusión, parece convertir inmediatamente en delincuentes a quienes se proponen una iniciativa productiva, sin dar lugar a una discusión que permita la producción de los bienes requeridos y, al mismo tiempo, la mantención del ambiente sano preexistente.
Esta dictadura argumental pone en el banquillo acusatorio a cualquiera que intente una aventura sin la llamada “aceptación social”, aunque esa discusión vaya a darse en medios no institucionales y quien esté acusado tenga que revertir la acusación de contaminante, frente a la cual no haya argumento científico posible capaz de revertir semejante culpa previamente impuesta.
Ginés Gonzalez García, ex Ministro de Salud de la Nación y actual embajador en Chile, sanitarista reconocido por sus pares en toda Latinoamérica, acaba de asegurar que se gasta más agua en producir un litro de Coca Cola que un kilo de oro y en los hogares argentinos hay, por lo menos, un microondas por cada 4 viviendas, siendo precisamente ese aparato el electrodoméstico que mayor radiaciones no ionizantes produce. Ni hablar de las lámparas incandescentes, cuya repercusión en el medioambiente es el mayor producido por aparatos al alcance humano, porque mayor daño sólo producen las máquinas de rayos X y los elementos radiactivos.
Como en todo tiempo de transiciones históricas, esta etapa es una de esas donde se producirán cambios trascendentes a nuestro tiempo.
Y el tema ambiental será, por cierto, clave en el devenir próximo.
Será tal vez una discusión con menor volumen, con más argumentos, con mejores investigaciones.
Digamos que algo positivo debe tener la siembra de arroz, para que las dos poblaciones más numerosas del mundo, como son China e India, sean los países que tienen la producción más importante, concentrando entre ambas el 52% de la producción mundial y, aunque pueda objetarse el régimen laboral, no se conocen desgracias climatológicas devenidas de dicha producción.
En fin. La producción sustentable necesita una discusión inteligente. El camino de la descalificación y el insulto son pérdidas de tiempo con apariencia de debate, que no llevará jamás a ningún camino concreto.