sábado, 17 de septiembre de 2011

El 25 de Mayo y los historiadores tuertos


Concepción del Uruguay, 4 de junio de 2008.
"Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas. Esta vez es posible que se quiebre ese círculo" . RODOLFO WALSH.
                                                                                                                                                                    
Qué larga y triste tradición que tiene nuestro amado país, de historiadores que “interpretan” socialmente los hechos, para que permanezca todavía redivivo el espíritu mitrista, sojuzgador, ocultista,  (medio – verdadero) con sus (cuasi – verdades)!
Más larga y triste, es la tradición de los profesores de historia que leen solo lo que les dan para estudiar, sin detenerse a buscar en la mínima superficie, que la historia de los pueblos es eso: el resultado de la expresión popular y sus consecuencias, que recién luego serán los hechos históricos.
Que a más de una década de iniciado el tercer milenio, y a las puertas del segundo centenario de la llamada “Revolución de Mayo”, que el distinguido profesor de historia que escribe en el más poderoso multimedios, EN SU PRIMER NÚMERO nos quiera hacer saber ahora que la Revolución de Mayo se trató de un mero hecho “porteño”, es como decir que los “cacerolazos” que se llevaron en helicóptero a De La Rúa, hubieran tenido el mismo efecto si se hubieran realizado frente a la municipalidad de Orán.
Lamento decirles a nuestros amigos centristas, que los “hechos porteños” no existen, sino como expresión de una voluntad, que necesariamente deben explotar en las barbas mismas del poder. Si el poder central, ese poder que se desea circunscribir, encausar, e, incluso, hacer caer, no estuviera en Buenos Aires, los “hechos porteños” no existirían.
Del mismo modo que el “Cordobazo” o los sucesivos “Rosariazos” no existen como hechos locales, sino como la expresión de un descontento popular que explota en esos lugares, donde, en el caso del Cordobazo, confluyeron los factores estudiantiles y obreros, con las inolvidables arengas de Agustín Tosco o el Negro Atilio López.
Sin internet, sin teléfonos, sin rutas ni correo oficial, solo a lomo de chasquis y vadeando ríos, el 8 de Junio de 1810, Concepción del Uruguay proclama su adhesión a la Revolución. ¿A guisa de qué, nos preguntamos, si el 25 de Mayo hubiera sido sólo un “hecho porteño”.
¿Por qué -nos preguntamos-  todavía Buenos Aires no se dio cuenta que es la mera expresión de la Patria toda donde hemos depositado el poder los argentinos?
¿De dónde salen estas expresiones de desvinculación de la realidad, ocultando, tal como lo menciona Walsh, las verdades que el pueblo ya conoce,  propiciando generaciones dirigentes mentidas desde la cuna?
La Patria converge en Buenos Aires. Pero no como imán, sino como necesaria expresión de un conjunto que exprese geográficamente la residencia del poder.
Buenos Aires no es siquiera su propia voluntad.
Buenos Aires fue bendecida por Solís y por Mendoza como el solar fundado.
Pero sus mentirosos dirigentes, compradores de verdades políticas y vendedores de suelos (provincia Oriental dixit) solo se ocuparon; mediante argucias históricas como las que vuelven a tratar de vendernos en fascículos coleccionables semana a semana; de sostener el eje del mundo por el ojo de tan apreciada Urbe, centro de admiración y reconocimiento.
Cansa el obtuso tañer de pequeños (¿enanos?) aprendices de Mitre, repicando y repitiendo que en los hospitales porteños deben curarse primero los porteños, olvidándose que la salud de la Capital Federal se atiende con el impuesto a la desocupación del interior, el famoso IVA a la leche de los comedores escolares, el azúcar de los comedores comunitarios, el arroz de las canastas de alimentos para las rifas cooperadoras, e incluso el vino con el que los pobres ocultan su frío y su desamparo.
El precio del transporte subterráneo, que se subvenciona con los argentinos de a pié; la famosa seguridad de Buenos Aires que quiere su Policía propia con el presupuesto de las provincias que todavía no alcanzan a tener una profesión policial como deberían, mientras alimenta con rentas la mal llamada “productividad” porteña y su engañoso PBI, producto del trabajo del interior a base de impuestos nacionales que concurren –como lo indica la constitución- a financiar lo que se ha llamado “Capital Federal”.
Miro por la ventana. Pasa un concepcionero en bicicleta. Va silbando.
Bajo el gorro que merma la fría brisa de este invierno que por fin llegó, piensa en su hogar, hijos, arroparse al calor de la salamandra. Y silba… la marchita…
Ni idea tiene que, por ahí, hasta van a cobrarle SADAIC por imperio de alguien que no entiende de sentimientos, tal vez porque fue educado por los mismos historiadores que sueñan con que la Argentina termina en la General Paz.
Suerte que no han alambrado el alma.
Pero ojo, es porque todavía no le encontraron la vuelta.

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