Paraná, 19 de agosto de 2011.
Ya mencioné días pasados, palabras de Perón, cuando decía que “(…) el insulto (…) es un atributo que se rinde a un mérito o a un valor”, permitiéndome, en la cita, una ligera transgresión de tiempo y cantidad.
En ese marco, podríamos decir que Fito Páez, al decir en su columna de página 12, carente de todo cálculo especulador y con mucha incorrección política, que siente “asco” por la mitad de los porteños; lo que hacía en realidad es rendir un atributo ante el soberano que había dado su opinión.
Uno puede enojarse ante un resultado. Tiene todo el derecho de enojarse. Cualquier resultado adverso que afecte nuestros sentimientos -involucrados y en juego- nos saca de casillas.
Sin razonar demasiado, uno la emprende con lo que cree que le ha zaherido. Irracionalmente la bronca sube a la boca antes de pasar por el cerebro y es muy habitual que, más frío, pidiendo o no disculpas, uno termina herido por su propio insulto y muchas veces con algún arrepentimiento por no haber hecho el camino inverso.
Pero cuando un dirigente político que ha aspirado desde una senaduría nacional a ser candidato a presidente de la Nación, como Ernesto Sanz, que después terminó bajándose sin demasiadas explicaciones, expresa con seriedad cuasi académica de que el país corre “peligro institucional” si Cristina llega a ratificar la diferencia con el paupérrimo 12% de la alianza radical – financiera – denarvaista, es poco menos que una versión distinta pero mucho más elaborada de insultar al 50% del país que le da asco, pero no se anima a decirlo.
Pero cuando un dirigente político que ha aspirado desde una senaduría nacional a ser candidato a presidente de la Nación, como Ernesto Sanz, que después terminó bajándose sin demasiadas explicaciones, expresa con seriedad cuasi académica de que el país corre “peligro institucional” si Cristina llega a ratificar la diferencia con el paupérrimo 12% de la alianza radical – financiera – denarvaista, es poco menos que una versión distinta pero mucho más elaborada de insultar al 50% del país que le da asco, pero no se anima a decirlo.
Actitud cobarde que solo es equiparable con la vergonzante tragedia de 2001, siempre y cuando nos olvidemos de aquella aseveración de que la asignación universal por hijo había aumentado el “consumo de drogas y el juego”. ¿Eso era y esto es o no es un insulto liso y llano al 50% que, no lo dice, pero le da asco?.
“Para tener valor hay que tener valores” decía Tomás Eloy Martínez. Pero valor hay que tener para decirle a alguien: me das asco. Así, sin ambages ni cálculo.
Los que dan vueltas tienen especulación y tiempo para tratar de “poner nervioso” al objeto de su insulto, demostrando a las claras –además- sus escasos valores que le inhiben al propinador el valor para decir lo que en verdad quiere decir.
Los que dan vueltas tienen especulación y tiempo para tratar de “poner nervioso” al objeto de su insulto, demostrando a las claras –además- sus escasos valores que le inhiben al propinador el valor para decir lo que en verdad quiere decir.
Alarma institucional son los chicos sin clases, porque generará menos capacitación para el futuro, cuando esos chicos sean dirigentes. Alarma institucional es la gente sin opinar. Peor aún es que la gente tenga miedo de la alarma institucional y termine echándose la culpa del fracaso de los que ya fracasaron una y otra vez tanto en la nación como en la provincia.
Alarma institucional es un vicepresidente sin sombra, pero con sueldo. Alarma institucional es que se ningunee al pueblo asimilando –como Biolcatti- a los (¿brutos? ¿estúpidos? ¿tarados?) que eligen un programa de televisión, o menospreciando a los ¿pobres? jubilados que tendrán derecho a acceder a un plasma porque el resto de los argentinos aportamos para que así sea.
Sin querer, estas expresiones dicen lo que estos tibios personajes no se atreven a decir: Les da asco el 50% de los argentinos que votaron por este gobierno. Les da asco que la plebe jubilada y los “brutos” puedan votar. Degradan, con pretensiones de intelectualidad, a la parte de los argentinos que, ejerciendo su sentimiento, dan una opinión contraria a la que ellos tienen.
Dicen lo mismo que Fito Páez. Pero sin valor y con muchísimo menos talento.
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