Paraná, 13 de septiembre de 2011.
Hace muchos años, una amiga que profesaba cierto tipo de budismo (y así lo expreso en mi absoluta ignorancia acerca de esta filosofía o religión), adepto a la Soka Gakkai; sociedad internacional consagrada a la creación de valor de acuerdo a sus principios; me enseñó una publicación de Daisaku Ikeda, a la postre, actual presidente de dicha sociedad.
En ella, se cuenta la historia de un humilde granjero sordo y analfabeto, que por lo tanto, no podía escuchar la radio o televisión y no podía -por lo tanto- leer, ya que no sabía.
Vivía entonces en diálogo con la naturaleza, creando mejores cruzas de exquisitos citrus que él mismo había sembrado años antes, producto de lo cual había podido enviar a su único hijo a estudiar fuera de la ciudad primero y ahora, ya crecido, fuera del país.
Fruto de su inmenso y antiguo trabajo, el granjero había conseguido crear un tipo de citrus de extraordinario sabor que atrajo rápidamente el interés de los habitantes del pueblo cercano, por lo que compró un carro capaz de transportar los cajones de las abundantes cosechas que estaba consiguiendo y colocarlas en el mercado.
Asimismo, con una antigua receta, elaboraba finos dulces que también vendia en el pueblo. Los años pesaban en el cuerpo del anciano y ya no podía hacer su trabajo solo, por lo que recurrió al correo del pueblo para escribirle al hijo para que volviera a ayudarlo y así conseguir un mejor pasar para los dos.
Pronto volvió el hijo, que estaba estudiando economía, contando al anciano que en las alturas de donde venía, se auguraban tiempos difíciles, crisis imparables y una época de recesión que iban a sacudir al mundo.
“Hay que ahorrar y guardar para cuando venga la crisis” dijo entonces el anciano y se dispuso… a vender el carro. Producto de la ausencia del carro, ya no pudieron llevar los frutos al pueblo, se pudrieron los dulces y la bancarrota cayó sobre ellos sin remedio. Dijo entonces el anciano a su hijo: “Que verdades se dicen lejos de aquí, hijo. Estos son los tiempos de crisis que se decían allá lejos…”
Todo este prefacio, viene a cuento si tomamos como parámetro lo sucedido por estos días, donde las redes sociales se han visto sacudidas una y otra vez, sobre todo desde la desaparición de la niña Candela, por fantasmas con forma de determinados vehículos que la gente cree ver al mismo tiempo en Buenos Aires y en Victoria, en Concordia o en Salta, levantando chicos, sacando fotos de los niños en la salida de las escuelas.
Resulta ominoso ver cómo ciertos medios de comunicación y hasta ciertos hombres con responsabilidad política, alientan desde los falsos alertas el temor de la gente, que, gracias a Dios, sigue viviendo. Con más cuidado, es cierto, pero tranquilamente, yendo a su trabajo o disfrutando en familia.
Tanto los medios que aventuran este camino, como los que quieren representarnos, no deben olvidar que el individuo no puede realizarse a expensas de los demás o en conflicto con la realidad circundante, sino sólo mediante la valoración activa de las diferencias y de la singularidad.
Resulta llamativo que, a partir de un caso rodeado por la droga, la desintegración familiar, y rasgos de cierta contaminación cultural, creamos que es cierto que antes de recurrir a las autoridades, los medios de comunicación son los dueños de la justicia y hasta una tangente para actuar por encima y por afuera de las herramientas que nos hemos dado en democracia para asentar allí los principios de una sociedad de iguales.
Una a una se han caído esas imágenes de vehículos levantando chicos por la calle, pero se sigue insistiendo con el miedo como método para crear una sicosis sin raíz y sin razón.
Si, como dice Ikeda, “el propósito de la educación debería ser la felicidad duradera”, no se entiende muy bien de qué manera los habitantes de un pueblo educado y en crecimiento como el entrerriano, pueda seguir alimentando este tipo de fantasmas, los que terminantemente tenemos que despreciar y borrar de nuestra cercanía, para seguir siendo lo que somos.
Despreciemos esta contaminación cultural que viene desde fuera y veamos nuestra cercana realidad, que es mucho más tranquila que lo que nos quieren contagiar y mucho mejor será si seguimos poniendo cada uno, el granito de esfuerzo que requiere, precisamente, ser felices.
Que no nos quiten la esperanza, que no nos quiten la alegría
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